Esta obra está publicada por la Editorial Antígona en Piezas breves. Estudiantes RESAD (2022).
Escena I.
Habitación de hospital.
Paula está tumbada sobre la cama, el brazo derecho envuelto en una ele de escayola sujeta con una escuadra, a modo de aleta. Una vía conecta su otro brazo a un gotero. Solo le vemos un lado de la cara. Recostada en una butaca incómoda malduerme Isabel. Paula despierta y mira a su alrededor, confusa.
Paula.- (Percibiendo su extremidad blanca.) Me mato.
Paula detecta la ventana y se levanta precipitadamente. Al moverse, el mundo se tambalea en su cabeza; sosteniéndose en el gotero, se cerciora de que Isabel sigue dormida. Decidida, agarra la manilla de la ventana… y comprueba que el cristal abre hacia arriba, dejando un minúsculo huequecito intransitable. Mireia aparece desde detrás de la cama, aplaudiendo lentamente.
Mireia.- Una idea sin fisuras.
Paula.- (Su voz se nota inestable y pastosa.) ¿Qué haces aquí?
Mireia.- No creerías que me iba a perder la prórroga.
Paula.- ¿Qué… qué ha pasado?
Mireia.- La vieja ha palmado.
Paula.- ¿Qué?
Mireia.- Tiesa total. Le acertaste de pleno.
Paula.- No…
Mireia.- Sí, sí. Como un chicle pegado a la acera.
Paula.- Cállate.
Mireia.- Uy, no, bombón. Yo no me callo ni muerta.
Paula.- ¡Déjame!
Paula forcejea con la ventana, intentando abrirla. El ruido despierta a Isabel.
Isabel.- ¡Chiqui, pero qué haces levantada! Anda, túmbate. (Agarrando a Paula y metiéndola en la cama. Paula evita su mirada en todo momento.) ¿Cómo estás, mi amor? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a la enfermera? (Llama al timbre de aviso.) Ay, mi niña. Pero ¿qué ha pasado? ¿Te resbalaste? Dime que fue un accidente. Fue un accidente, ¿verdad?
Mireia.- Aéreo.
Isabel.- Paula, por favor, que te estoy hablando. Después de esto lo mínimo que puedes hacer por tu madre es responderme, que me tienes en un sinvivir. ¿Es que a ti esto te parece normal? (Silencio.) ¿Te parece que no tengo derecho a preguntar? ¿Que no puedo estar preocupada por ti? Que casi me estampo viniendo desde la radio, por dios bendito. (Silencio.) Paula, ¿me quieres responder? ¡Que esa señora está muerta! Y menos mal. Menos mal.
Paula.- ¿Está muerta…?
Isabel.- Sí, cariño.
Mireia.- Te lo dije.
Silencio.
Isabel.- Pero lo importante es que tú estás bien, porque estás bien, ¿verdad? (Colocándole la almohada.) Y te vas a recuperar y vamos a lidiar con esto, tú no te preocupes por nada, tú ahora solo a ponerte buena, ¿eh? Ya he avisado a Carla y a Nuria para que no vengan, que ahora tienes que descansar. (Le pone un termómetro que saca del bolso junto a unas gafas.) Me han dado tus gafas, ten. Ni un rasguño, ¿tú te…? (Viéndole por fin la cara completa.) ¡Pero qué te ha pasado en la cara, por dios! ¡Si te has quedado desfigurada!
Paula.- ¿¡Qué!? (Trata de levantarse, pero su madre la para.)
Isabel.- ¡No te zarandees, que se te van a saltar los puntos!
Paula.- (Palpándose la cara.) ¡¿Qué puntos?!
Mireia.- Nueve y medio por lo menos. Ha sido un salto limpísimo.
Isabel.- ¡No te toques!
Mireia.- De Olimpiadas.
Paula.- ¿Y mi móvil?
Isabel.- Es mejor que no te veas.
Segundo intento de incorporarse; Isabel la retiene cual pinza robótica.
Paula.- ¡Mamá!
Isabel.- ¡Bueno, ten! (Del bolso saca un teléfono móvil.) Se ha rayado un poco, pero bastante bien está.
Mireia.- Gemelas.
Paula.- (Mirándose.) ¡Pero si es la marca de la sábana!
Isabel.- ¿Qué va a ser…? (Saca del bolso unas gafitas de cerca y observa a Paula a pocos centímetros.) Pues sí que son marcas de sábana, sí. (Sacando un bote.) Ponte un poco de visvaporús.
Paula.- Mamá, no estoy constipada.
Isabel.- (Echándoselo.) Ponte un poco, que mal no te va a hacer. Tú ahora a recuperarte y a ser fuerte. Fue un accidente. Y la señora ya estaba muy mayor, con el sintrom y todo… (Llama de nuevo al timbre de enfermeras.) ¿Esto está roto?
Paula.- Tengo frío.
Isabel.- Ya sabía yo. (Tendiéndole una bata blanca.) Ten, he pedido que te trajeran algo.
Intenta ponérsela, pero Paula tiene ambos brazos inoperativos, escayola en uno, termómetro en otro. Esperan. Por fin, un pitidito agudo surge de su axila.
Isabel.- Fiebre no tienes. (Isabel sacude el termómetro —digital— y le pone la bata; la manga derecha queda colgando tras la escayola. Saca del bolso una manta eléctrica con un cable larguísimo.) Anda, levanta el culo. (Busca un enchufe.) Esto es por la Mireia esa, ¿no? Paula, dime la verdad, que te conozco. (Silencio.) Si ya me parecía a mí que esa chica no era normal, no era normal.
Paula.- ¿Y qué es normal, mamá?
Isabel.- Paula, no discutas, que tengo razón. Ponte recta, que te voy a pelar una pera, que tienes que tener hambre. (Saca una pera.)
Paula.- No quiero pera.
Isabel.- ¡Cinco al día!
Paula.- Que no quiero pera, mamá.
Isabel.- (Sacándolo.) ¿Un yogur?
Paula.- No.
Isabel.- (Sacándolas.) Pues unas natillas, que van a caducar, que tú mucho pedir, ¿y luego quién se las come? El buzón.
Paula.- No quiero natillas.
Isabel.- (Comienza a pelar la pera con un cuchillo de punta redonda.) Abre, que te va a venir bien, que algo tienes que comer.
Paula.- Mamá, no quiero pera.
Isabel.- Abre. (Acerca el pedazo de fruta a los labios sellados de su hija.) Paula, que te comas la pera.
Paula.- ¡Que no quiero pera!
Paula caza la pieza de fruta y la lanza a lo lejos. Silencio.
Isabel.- (Guardando el cuchillito.) Estás muy agresiva, cariño. (Pulsando el botón de llamada con virulencia.) ¡Y este timbre no va! Voy a llamar al médico. Estoy aquí mismo, ¿eh?
Isabel sale.
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